Para empezar, buceando. Buceando en mi coco como el que busca tesoros. Y eso encontré. Atesoraba montones de imágenes desde que tengo recuerdos (aunque desgraciadamente mi memoria tiene más agujeros que los calcetines de Oliver Twist), como valiosas joyas. Imágenes indelebles, persistentes ¿Que cómo escribí mi libro? Aquellas maravillas me llevaron de la mano, como a un niño (un niño friki). Imágenes como éstas, fíjate, fíjate… ¿no te suenan?

¿Pero, de dónde concretamente parte la idea?
La idea de un niño que, a pesar de su corta edad ya es un genio científico, no es nada nuevo (ahí tienes El Laboratorio de Dexter, sin ir más lejos), pero me picó la idea de que ese niño fuese en potencia un “genio loco”, al estilo del Doctor Frankenstein. Porque el Doctor no es malo de por sí, ni tampoco es que esté loco de los de ponerse un embudo como gorro (¡Cuánto aportó en la construcción de clichés Mortadelo y Filemón!). Pero su pasión por la ciencia y su capacidad para desafiar las leyes universales, le llevó hacia un camino caótico y, en su caso, destructivo.

“¿Y cómo se enfrentaría este pequeño prodigio a problemas como el bullying? ¿O la soledad? ¿O la necesidad de sentirse integrado?...”, me dije a mí mismo, mesándome con fruición mi barba imaginaria.
“¡Pues se enfrentaría a su manera, con la mentalidad de un genio científico!”, me contesté ufano con esta frase tan obvia, pero que contenía una semilla que empezó a germinar tan rápido como una habichuela mágica, tirando con la emoción un café que dejó mancha en una manta de sofá nada imaginaria.

La Máquina de Montar Monstruos.
Los problemas que tenía Gustavo provenían en buena medida de su genialidad, rechazado por su distancia mental con los demás. Pero la solución también vendría de ella. Ya tenía la clave de mi novela. Atención, spoiler: No, no voy a hacer spoiler, para saber qué hace la Máquina, cómo, por qué y qué pasa después, tendrás que leer el libro.

Errores y nuevos caminos.
Me puse manos al teclado. Y al papel. Y al móvil (es que escribo por todos lados). Construí un argumento con un esquema básico. Trabajé los personajes. Apunté ideas sobre los escenarios. Busqué documentación e información sobre temas científicos que escapaban a mi saber (todos) y me alejé para contemplar el trabajo global.
Me volví a acercar, no veía nada, estaba demasiado lejos.
Más cerca, con las gafas de ídem y todo el material por delante, me dije, “aquí falta algo”. “¡Claro que falta algo, melón”, me repliqué a mí mismo, de forma un tanto desagradable. “Te falta el final”.
Ahí estaba. ¿Cómo acababa aquello?
En un alarde de virtuosismo, creé un final espectacular, mítico. Que rizaba el rizo.
Y no valía para nada.
Cuando valoré toda la historia completa, desembocando en aquel final, algo chirriaba.
Como si arañara un plato llano con los dientes.
“¿Qué es? ¿Qué es? ¿Qué es lo que falla?”, preguntaba desesperado a todo aquel que se acercaba por la calle, provocando su salida en estampida.
La respuesta me la dio un libro (es importante leer, ahora lo sé): “¡Salva el gato!”, de Blake Snyder.

Me ocurría lo que él llama “Doble Camelo”. La historia iba de una cosa y para rizar ese rizo de manera tan espectacular lo que hice fue meter algo que se salía de la línea general. El lector tenía que “tragarse” dos planteamientos fantásticos distintos. Y no funcionaba. Como no quiero hacer spoiler de mi propio libro, transcribo el ejemplo de Snyder (que no es spoiler y además es del 2003): "Lo que os planteo es que, por el motivo que sea, el público sólo admite una dosis de magia por película. Es la Ley. No puede ser que aterricen unos extraterrestres con su ovni y luego les muerda un vampiro y entonces sean a la vez extraterrestres y vampiros".

Todo encaja.
Con todos los aparejos preparados, la escaleta, algunos detalles desarrollados y aclarados el comienzo y el final de la novela, me lancé a escribirla con el ímpetu y la imprudencia de un luchador de lucha libre, pero sin máscara (porque me suda la cara, lástima).
Cada giro del argumento era una llave que trataba de lanzarme fuera del ring. Cada bloqueo, un nuevo conteo del árbitro. Aquella era una lucha encarnizada. Había que mantenerse de pie. Mis hombros no podía tocar la lona. Luchaba, luchaba. Y después, siempre me duchaba (como Kiko Veneno). Me lo pasé genial.
Cuando ves que todo encaja. Que el argumento se equilibra. Que se cumplen las expectativas, se atan los cabos sueltos… es como cuando el árbitro levanta tu mano. Te sientes como André el Gigante.

¡A las trincheras!
Luego todo fue coser y cantar. Corregir. Corregir otra vez. Y otra. Dibujar la portada. Dibujar para el interior. Diseñar. Maquetar… Bueno, cosí y canté poco, porque no me daba la vida. Te contaré más cositas en otros post, prometido.
Pero ahora sí que sí, ahora ya está ahí. Para que lo compres si quieres (¿quieres?... anda… ¡Gracias! Espero que disfrutes mucho ^__^)
Para saber algo más de “Cómo escribí Gustavo”, proceso de dibujo e info del libro, pulsa aquí, y aquí.
La acogida de la crítica.
Y la crítica dice de mi obra… bueno, aún no hay nada escrito sobre ella. ¿Te animas? ¿Me dices qué te ha parecido? ¿Qué te gusta y qué te disgusta? Espero tus comentarios. ¡Gracias anticipadas!
Créditos para las fotos:
- https://gratisography.com/ (Ryan McGuire)
- https://pixabay.com/Arturs Budkevics
- Wikimedia Commons. Universal Studios.
- Wikimedia Commons. Reynold Brown.
- Wikimedia Commons. Hammer Film Productions. Columbia Pictures.
- Montajillos míos con fotogramas libres de derechos.
- Algún que otro dibujico de los míos.
8 diciembre, 2017
He disfrutado muchísimo leyendo este articulo. Yo soy escritora de semibrujula, hago una escaleta y a medida que voy escribiendo, mis personajes cobran cada vez más vida, se amotinan, anulan mi voluntad y hacen lo que ellos quieren, pero yo me dejo, que conste.
Eso de encontrar un buen final, me pasa con los giros, cuantas veces no he creado la escena perfecta, esa escena que Martin Scorsese o Steven Spielberg van a leer y querrán hacer una peli de mi libro. Pero luego la releo unos días después y me chirría al máximo, y pienso ; Lo siento Chicos, Dejo Hollywood para otra ocasión. Escena borrada.
Mi modesta critica sobre Gustavo y su mundo:
Mi primera impresión es que Gustavo es un personaje, tierno, muy humano y con él que muchos niños sin duda se identificarán. También me gustaría que otros tantos niños aprendieran de él. ¡Lechugas ! soltad los jueguecitos electrónicos y los ordenadores, hay vida fuera y alrededor de esas pantallas, sed traviesos, creadores, inventivos. Volveros niños como un niño debe de ser.
Luego me parece fantástico que le prestes atención a esos chavales que no ‘encajan’ en un grupo y por tanto son excluidos, rechazados, o chinchados. Que Gustavo se atreva con eso y responda de una manera ‘genial’ es algo precioso que seguro alentará a muchos a atreverse a ser si-mismos y aprender que ser distinto no significa ser menos que el resto.
La abuela, Doña Angelita, me ha robado el corazón,es una abuela entrañable, miope y despistada que con todo el amor del mundo cuida de su nieto y te arranca una sonrisa cada dos por tres.
Si pudiera darle una cifra a este libro por su historia, atrevida tipografía y sus maravilloso dibujos, le daría un 9,99. Como decía mi profesor de física. Nunca doy un diez para que sigáis esforzándoos. Bueno yo no te doy un diez, con la esperanza de que sigas creando muchos más libros como estos. Te reto.
9 diciembre, 2017
Me vas a dejar una sonrisa permanente para mucho tiempo con tu crítica, Alex. El reto ya está en marcha y en buena parte azuzado por este personaje. Muchísimas gracias de verdad por tus palabras. Nos seguimos leyendo y disfrutando. ^__^
9 diciembre, 2017
Ja, ja, ja. Me ha encantado el artículo, y con esa referencia tan friki a André el Gigante me has convencido para suscribirme a tu newsletter y sentarme delante de la bandeja de entrada a esperar tu próximo artículo. La crítica del libro aún no la puedo hacer, porque estoy esperando al mensajero para que me lo traiga. Vamos, que me paso la vida esperando. Pero la haré, ¡la haré! ¡Juaaaa, jua, jua! (risa maléfica)
9 diciembre, 2017
¡Je, je, je! A mí ya me tenías enganchado con tu artículo aquí vinculado. “¿Cómo pude vivir yo antes de encontrar este templo de sabiduría?” Me pregunté aún sabiendo perfectamente la respuesta. Vivía en la inopia. ^__^
9 diciembre, 2017
Querido Enrique!!!…. leyendo tu artículo he podido casi imaginarte delante de mí contándome tus cosas cómo hacíamos antaño!!!….(momento nostálgico)
Aún no he leído tu libro, aunque espero hacerlo pronto, cómo también espero que tengas toda la suerte del mundo!!!!me alegro que haya salido el poeta que llevas dentro ( el artista ya salió hace mucho) .
Un abrazo enorme!!!!
11 diciembre, 2017
¡Hola Rocío! Qué alegría verte por aquí ^__^
Yo también te echo mucho de menos por la ofi, compañera. Ya ves, sigo con mis líos. Muchísimas gracias por tus palabras. Tenemos cervecillas pendientes ^__^
¡Abrazotes a montones!
9 diciembre, 2017
Un gran tutorial, Enrique Carlos. Como dice un proverbio: “La suerte es el esmerado cuidado de todos los detalles”. A lo cual yo añado que en tu caso, además de esmerado, es cariñoso y entusiasta. La fuerza te acompaña. Un abrazo.
11 diciembre, 2017
Tina, muchísmas gracias por tus palabras, tan alentadoras. No sabes cuánto me alegra que te guste el artículo. Seguiremos en contacto por las redes ^__^
Un abrazo grande.